Yo, arriesgando más que nunca, anduve algunos pasos más, y crujieron ramas en el suelo. Entonces ella alzó los ojos y me vio. O tal vez sea más exacto decir que el cielo y su vestido y su mirada me rodearon cual una nube cálida, y yo sentí mi cabeza girar como cuando en la taberna del Turco el vapor del vino derramado sobre la mesa embotaba mis sentidos. Y todo parecía ocurrir muy distante y muy despacio.
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